El triunfo y la derrota son hermanos siameses que solo pueden explicarse en su íntima coexistencia. Por lo tanto el “miedo a perder” puede igualmente ser entendido como el “miedo a ganar”, porque todo aquel que quiere alcanzar la victoria implícitamente reconoce la existencia y la probabilidad de la derrota; y si se pone en acción es básicamente producto de que su amor por la victoria es superior a su temor por la derrota.
Entre los motivos más importantes de tribulación que tienen las personas se encuentra el poderoso “temor a perder“. Este es un factor recurrente como causa de parálisis para enfrentar tanto las oportunidades como las adversidades que presenta la vida. No son pocas las personas que tienen una existencia limitada y mediocre solamente por el miedo que les representa hacer cualquier cosa que involucre riesgo de perder algo.
Estos seres acuden a un equivocado sentido de la seguridad y se refugian en la inacción y en un sentido tan conservador de la vida que incluso atenta contra la dinámica natural de las cosas. Y por supuesto nada positivo emerge de enfrentarse a la naturaleza de las cosas: porque la vida es en esencia cambio dinámico, transformación, lucha. Entender que las cosas pueden ser de otra manera por efecto de nuestros temores es absurdo. El miedo, en realidad, cuando constituye huésped permanente de nuestro carácter origina una espiral interminable de zozobra, ausencia de paz y fracaso.
En una buena parte de los casos el miedo a perder es producto de un espíritu débil. La dimensión espiritual del hombre se manifiesta fundamentalmente a través de la Fe y ésta es justamente la que se encuentra ausente entre aquellos que profesan un agudo temor a perder. La Fe transmite seguridad en el porvenir.
En otros casos el miedo a perder es producto de un alma débil. En el alma se refugia la plataforma de emociones y de racionalidad del hombre, de allá emerge el deseo, el valor, la confianza, la seguridad, la suficiencia y hasta el propio orgullo; todos ellos constituyen elementos lastimados en aquellas personas que se paralizan por efecto del temor.
Y por último existe otro factor que explica también el fenómeno, uno que probablemente tiene aristas de mayor dramatismo: el miedo a perder se manifiesta entre aquellos que no quieren ganar.
Podemos suponer que las personas que tienen “miedo a perder” en realidad son personas que quieren ganar como cualquier otro; es decir, “no es que no quiera ganar, sólo que tengo miedo de perder”; sin embargo esta deducción no es apropiada porque en la vida sólo gana aquel que ha perdido y sólo pierde aquél que quiere ganar. Esta es la dinámica básica. El triunfo y la derrota son hermanos siameses que solo pueden explicarse en su íntima coexistencia. Por lo tanto el “miedo a perder” puede igualmente ser entendido como el “miedo a ganar”, porque todo aquel que quiere alcanzar la victoria implícitamente reconoce la existencia y la probabilidad de la derrota; y si se pone en acción es básicamente producto de que su amor por la victoria es superior a su temor por la derrota.
Cuando la interpretación del “temor a perder” alcanza la esfera del deseo de ganar se convierte ya en un problema complejo para el hombre y para la sociedad de la que forma parte, porque este tipo de persona construye y produce poco, limita su capacidad competitiva y puede convertirse en una víctima de la ineludible dinámica que forma la vida.
Las familias y las sociedades deben formar hombres de victoria si quieren desarrollarse y quieren prosperar. En esto no puede haber elección, por lo menos de carácter consciente.
En el ámbito familiar muchos padres se preocupan de los casos en que un hijo “no sabe perder” y en ello concentran su preocupación y sus medidas correctivas. Lo apropiado, sin embargo, no radica en enseñar a los hijos “cómo perder” sino “cómo ganar”, porque en el amor por la victoria se encuentra la lección esencial del carácter que tienen las derrotas y la forma en la que deben tratarse para que no se interpongan en el camino del triunfo. Esencialmente es quien sabe ganar el que, a la vez, sabe perder.
En el ámbito social están extendidos los mecanismos de socorro y de asistencialismo para el que pierde, en tanto que la política apropiada es enseñarle a ganar.
Son extensas y variadas las enseñanzas que tenemos a mano para Aprender a Ganar pero entre todas ellas algunas son las más apropiadas para vencer el temor:
1.- Visualizar fijamente la meta, el objetivo. La victoria siempre está adelante, no está ni atrás, ni a derecha ni a izquierda. El camino al triunfo es un túnel perfecto, hay una sola salida. Si quiere entiéndalo de esta manera: el tren no llega por delante, el tren viene por atrás.
2.- Caminar sin detenerse. Caminar hacia adelante, no parar. El mejor consejo en esta etapa proviene de un hermoso anuncio publicitario: “keep walking”, siga caminando. Cuando más difícil sea la jornada, cuando más lejana se presente la meta y cuando menores sean las fuerzas: siga caminando. Cuando las probabilidades de alcanzar el triunfo sean pequeñas: siga caminando. Cuando se perdió la posibilidad de alcanzar el objetivo: siga caminando. La derrota definitiva no alcanza nunca a quienes siguen caminando, más bien son ellos quienes caminando sin parar, un día alcanzan la victoria.
3.- Cuando el camino se emprende con Fe y virtuosismo tanto la victoria como la derrota constituyen ganancia . El hombre de bien, el hombre que hace las cosas bien y para bien debe entender que la derrota o la perdida se produce “por algún buen motivo”.
Compréndase siempre que la vida premia (más temprano que tarde) al hombre de bien. Ninguna premisa diferente puede apropiarse de nuestras mentes. La máxima del pago de bien por bien es matemática y el triunfo para el que persevera es una determinación estadística.
4.- No son precisamente los hombres de poderosa visión, de agudo intelecto o de incansable sacrificio quienes ganan la carrera por la vida o quienes desconocen el temor de perder; son los hombres que entienden las sencillas afirmaciones hechas antes quienes poseen las mejores oportunidades.
5.- El dinero, la fama, el poder, el amor se pueden perder en alguna circunstancia de la vida, pero uno no puede perderse a sí mismo, porque somos nuestro único y principal activo. Nosotros ya éramos alguien antes del dinero, antes de la fama, del poder o del amor y lo seguimos siendo ahora. Nuestra existencia es un libro hermoso formado por muchos capítulos, cada uno tiene una importancia trascendental, cada uno hay que leerlo y vivirlo para entender y disfrutar del conjunto. Cuando un capítulo termina otro se inicia y la historia continúa con el mismo vigor, con el mismo interés. Este hermoso libro solo se pierde cuando su vivencia queda trunca en algún capítulo y allí lo abandonamos. Por lo demás sólo cuando nuestro viaje por la vida ha terminado puede alguien concluir si se ha tratado de una historia de victoria o de derrota. Sólo entonces la obligación con nuestro destino ha terminado.
6.- Todo lo que tenemos en la vida es un REGALO y resulta bueno no aferrarse a nada más allá de lo razonable. Corresponde dar una buena pelea y defender todo lo que hemos conseguido, pero allí termina el imperativo. Si hemos sembrado bien, los regalos seguirán apareciendo en la vida. Ninguna vida puede medirse en términos del “derecho” por aquello que tenemos. Desde el momento que no nos asiste derecho alguno para seguir vivos al día siguiente, todo lo demás sólo forma parte de una bendición que debe reconocerse con humildad.
7.- Consideremos que todo aquello que perdamos en el afán de alcanzar victorias constituye una semilla más que garantiza una futura cosecha. Ofrendemos nuestra pérdida como la entrega de un obsequio en beneficio de nuestras acciones y de nuestras ideas, por un impulso de amor a nuestros sueños, acatamiento a nuestra sana ambición y solidaridad con nuestro esfuerzo.
También reflexionemos en lo siguiente: el temor a perder, aquel que paraliza nuestras acciones, tiene en sí mismo una trágica Incoherencia, pues ¿cómo podemos valorar lo que hoy tenemos miedo de perder sin entender que en su momento algo tuvimos que hacer para ganarlo?
¡Algo bueno hicimos para ganar lo que hoy tenemos! Y nunca lo hubiéramos conseguido si entonces nos gobernaba la parálisis que hoy nos genera el miedo a perder.
La vida es un milagro maravilloso y tenemos la obligación de ganarnos sus favores.
Ningún presente nos ha sido entregado en esta tierra para atesorarlo, todo fruto tiene que ser nuevamente sembrado para multiplicar las bendiciones. Al final del viaje solo tiene valor aquello que se ha hecho y lo que se ha entregado, porque todo lo demás efectivamente se pierde sin remedio.
¿Cómo está nuestro amor propio?, ¿qué tanto nos valoramos?, ¿hemos olvidado que pertenecemos a la estirpe de quienes domaron la naturaleza y conquistaron la tierra?, ¿somos parte de ésa especie que dominó los mares y conquistó el espacio?, ¿estamos conscientes que mucha gente perdió incluso la vida para que hoy seamos lo que somos?
¿Qué ejemplo deseamos dejarle a nuestros hijos?, ¿el de hombres timoratos, pusilánimes, cortos de visión y carentes de ambiciones básicas o el de hombres valerosos, capaces de dominar sus temores y de retar a la vida con los puños por delante?
Sabiamente decía Franklin Delano Roosevelt que sólo debemos tenerle miedo al miedo mismo